Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)
Texto clave: ”Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos HERMANOS”. Romanos 8:29
Uno de los grandes misterios que encuentro en la Biblia es que mis padres que me engendraron son mis hermanos en el reino de Dios. Y es que dentro de la congregación cristiana, la familia cristiana se convierte en una hermandad. Mis progenitores ya no son sólo mis padres, sino que son también mis hermanos en Cristo. Todos nos convertimos en hijos de Dios y en hermanos de Cristo, engendrados todos por voluntad de Dios.
Dice Juan 1:11-13: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Así es que todos los que reciben a Cristo, es decir, los que creen en su nombre, se convierten en hijos adoptivos o engendrados de Dios por Su Soberana voluntad. Todos éstos se convierten automáticamente en hermanos del Primogénito, el Señor Jesucristo. Así que mis padres y yo nos convertimos en hijos de un mismo Padre y automáticamente también en hermanos de Cristo en el ámbito espiritual.
Todos los creyentes, por tanto, son hermanos mutuamente, e hijos del mismo único Dios y Padre. Todos han sido engendrados por el Padre por Su Soberana decisión. Esto lo sostiene también Jesús cuando dice: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”. (Mateo 23:8).
Si en la congregación cristiana TODOS son llamados “hermanos”, es porque TODOS tienen a un mismo Padre que los engendró. No podemos afirman que TODOS son hermanos entre sí, pero sólo una minoría son hijos de Dios. Este es el gran problema y herejía de los Testigos de Jehová, pues ellos se tratan TODOS como hermanos, pero no obstante sostienen que sólo 144,000 son hermanos de Cristo e hijos de Dios. Esta es la gran mentira del diablo que pretende dividir a la familia de Dios y cercenar a sus miembros.
Santiago y Pedro presentan de manera clara y hermosa esta verdad de una verdadera familia espiritual, cuando escriben lo siguiente:
Santiago 1:18: El, de su voluntad, nos hizo nacer POR LA PALABRA de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.
1 Pedro 1:23: siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, POR LA PALABRA de Dios que vive y permanece para siempre.
Al haber creído en la Palabra de Dios que Cristo anunció como el evangelio, y al haber aceptado (recibido) por fe al mensajero de Dios, los creyentes se han constituido en personas renacidas de una simiente incorruptible dentro de la familia de Dios. Por eso no es de extrañarse que Jesús haya dicho en Lucas 8:21: “…Mi madre y mis HERMANOS son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen”. Y en Mr. 3:35: “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.
Definitivamente mis padres son mis hermanos dentro de la familia de Dios, la cual es la iglesia de Dios, o el cuerpo de Cristo. Todos los creyentes tienen un Padre y un hermano mayor en común, y todos como hijos de Dios son los herederos de Dios, y los coherederos con Cristo, el Primogénito de Dios. Esto está bien aclarado en los siguientes dos textos que presentamos a continuación:
Romanos 8:17: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y COHEREDEROS con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
Efesios 3:6: “que los gentiles son COHEREDEROS y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”.
Siendo que toda la hermandad cristiana es la familia de Dios, y por tanto, los verdaderos hijos de Dios, no es posible admitir que Dios sólo escogerá a algunos de sus hijos fieles para que hereden con Cristo Sus riquezas y al resto no. Sin embargo, también es verdad que sólo los hijos obedientes y fieles serían los herederos de Dios, y de ningún modo aquellos que se tornan desobedientes e impenitentes en su andar. Esto lo dice el Señor en Apocalipsis 3:11: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome TU CORONA”. Y Pablo le escribió a Timoteo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:7,8).
Tenemos la bendición de entrar en este grupo selecto de los hijos de Dios para heredar con Cristo el mundo (Rom. 4:13), y ser los amos, reyes y Señores del mundo venidero, la era del Reino. Todos estamos llamados para este propósito, y para esta meta debemos de correr firme y parejo. Y así lo pensó Pablo al escribir a los Filipenses lo siguiente: “Prosigo a la META, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (3:14). Y a Timoteo le dijo: “Y también el que lucha como atleta, no es CORONADO si no lucha legítimamente” (2 Timoteo 2:5).
Así que el Señor es uno, la iglesia es una, y la esperanza que tenemos por delante es también única, maravillosa, estupenda, y MUY GRANDE, como se lo dijo Dios a Abraham, el padre de la fe (Génesis 15:1), y es por eso que rechazar esta grande salvación trae un castigo igualmente grande, pues como dice la Biblia misma: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una SALVACIÓN TAN GRANDE? la cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron” (Hebreos 2:3). Esa SALVACIÓN Y GALARDÓN TAN GRANDE no podría significar simplemente ser un mero vasallo o súbdito de un reino mesiánico glorioso sin mayores honores y gloria, sino más bien, ser “reyes y sacerdotes con Cristo” de aquel anhelado reino mesiánico en la era venidera de justicia. Por tanto, al rechazar esa oferta tan grande sería un insulto para Dios, lo que nos haría merecedores de su castigo, pues “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo”(Heb. 10:31).
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